Es clásica, la imagen de aquel niño morochito, sin camisa, despeinado,
rostro sucio. Una mirada perdida hacia el suelo y una media sonrisa escondida
bajo la sombra de su timidez; de cierta forma esa imagen, siempre representó a
los niños campesinos -o por los menos
con lo que yo ya tuve contacto- Pero más que eso, la imagen en si representa a
todos los paraguayos. (Aun que muchos me dirán que no es así).
¿En qué sentido nos representa? Pues en su inocencia, en su fragilidad,
en su pasividad, pero principalmente en su ignorancia. Los paraguayos son
sensibles, pasivos y muchas veces débiles frente a pequeñas situaciones y ni
que decir contra las mayores; y saben por qué sucede eso (?) Porque nosotros no
sabemos exigir, no sabemos ser exigentes.
Hace unas dos semanas, estaba yo en un patio de comidas, me senté junto
con algunos amigos, para comer algo (obviamente) y cerca de nuestra mesa,
estaba sentado un señor, con una cierta edad por lo que se notaba. El mozo le
había traído su pedido, algunos minutos después de que nosotros hubiéramos
entrado en el recinto. No tardó mucho, para que el mismo, empezará a comer; luego
de unos instantes, miró la comida con una cierta extrañeza, y trató de sacar
algo del plato con un tenedor, luego de algunos intentos, prefirió usar la
propia mano, para sacar unos hilos de cabello largo que se encontraba en su plato.
Bueno, tal vez no en esas proporciones, pero lo más interesante es que el
mismo cliente, no se levantó de su mesa, y siguió comiendo como si nada. No
reclamó, y al final pagó los 35.000 que costaba el almuerzo. Tal vez sea muy
poco, como para reclamar, o crear un escándalo con unos pocos hilos de cabello
en tu comida. Pero lo que da pena es ver a un paraguayo, que ni siquiera
intenta defender su derecho y queda pasivo frente a una pequeña situación, de
que por cierto es injusta, pues el cliente paga y es una obligación del
establecimiento por lo menos no incluir cabello en sus ingredientes.
Esa pasividad natural, esa inocencia indígena, hace que muchas de las
pequeñas situaciones terminen siendo grandes injusticias.
La exigencia y el trasporte público
Yo, orgullosamente soy libereño, pero por circunstancias de la vida,
tuve que trasladarme a Asunción, muchas veces. Y en una de mis visitas a la
capital del país, me tope con un sistema de trasporte público impresionante sin
igual en el mundo.
No, no es ese.
Es este.
La verdad es que no pude dejar de asombrarme; cómo es que esas cosas aun
funcionan (?), no me atrevo llamarlo "colectivo" o "micro"
pues no se exactamente la denominación que le daría ahora. Me pase mucho
tiempo creando una hipótesis que me ayude a entender el cómo aún se usa estos
servicios (si es que es digno de llamarlo así) Y llegue a la conclusión, de que
nosotros no exigimos mejoras en nuestro sistema de trasporte, aceptamos
tácitamente todo, por qué necesitamos usar esas maquinas; que por una fuerza
extraña, sobrenatural, diabólica aún siguen con vida en nuestra capital; estoy
seguro, que después de un exorcismo esas chatarras dejaran de funcionar.
En otros países, la "calidad" de un producto o servicio,
determina mayor competitividad en el mercado. Si trasladamos ese mismo
principio en el sistema de trasporte, entenderemos que una empresa, que
mantiene impecable sus colectivos, ofrecerá un mejor servicio y por ende mayor competitividad frente a sus
concurrentes, lo que netamente obligará a la empresa rival, a mejorar sus
vehículos para no perder espacio en el mercado. Y así, ganan los clientes y las
empresas.
Lastimosamente, eso sucede en OTROS países, y no en el nuestro. Por el
simple hecho de que exigir calidad o buen servicio no hace parte de nuestra cultura;
es por eso que somos obligados a aguantar todo sin pronunciar ni una sola
palabra.
La exigencia y la política.
"El fanatismo hacia un partido político, no significa amor a la patria."
Y es justamente por no saber eso, es que estamos como estamos, no
sabemos elegir, pues para hacer una elección necesitamos un criterio de
exigencia para seleccionar a los candidatos que
de acuerdo a ese "criterio", serán buenos representantes.
Pero en nuestro país, las elecciones (principalmente las generales) son
prácticamente un juego entre dos clubes tradicionales, no existe espacio para
la lógica o el razonamiento, sino lo que vale es el amor por ese club (partido
político) y por ese fanatismo no importa lo que pasará después, pues lo que
vale es que uno gane ahora.
Esa falta de exigencia, esa falta de pensamiento, es un producto
cultural, eliminable sólo a través de la educación.
Muchos paraguayos, consideran que reclamar frente a una autoridad
pública es pérdida de tiempo, pues son ellos los que están en el poder y no
nosotros. Lo que mucha gente, (por la ignorancia que milagrosamente aun sigue
en nuestro país) no sabe, es que nosotros, "el pueblo" es lo que
otorga un mandato a esos individuos que llamamos mandatarios, por ende,
nosotros o el pueblo somos el mandante. En otras palabras; ellos, sólo son nuestros empleados, nuestros servidores, nuestros capachos. Y
nosotros como patrones de los mismos, tenemos el derecho y la obligación de hacerlos
entender que las cosas son así y no al revés.
Es momento de despertar, de aprender que la justicia y la igualdad no
caen del cielo, sino que eso es fruto de una conquista continua de ciudadanos
que reclaman sus derechos y saben exigirlos. "No reclames de las
injusticias, si no luchas por la justicia". Ser exigente en todo, es el
primer paso para adquirir respeto.
Así, algún día, nuestros mandatarios nos escuchen, cuando no estemos de
acuerdo con algo tan pequeño, como lo es un juicio político. Por qué ser
exigente crea una personalidad digna de ser respetada, así cuando llegues en un
supermercado, te preguntaran. ¿Prefieres ésta carne o la rata que está en el
mostrador?
Así que hermanos, pongamos en práctica la exigencia de nuestros
derechos, pues la exigencia es primer paso para conquistar el mundo.
Por: Hugo David Colmán M.
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Fuente de imágenes: Foto Difusión